Admirable ejemplo : Biblioburro en Colombia.

 

Cuando hablamos de edición digital, de conexiones inalámbricas y de disponibilidad ilimitada de libros y contenidos, es posible que pequemos, en alguna medida, de eurocentrismo, que suele ser sinónimo de tecnocentrismo. Es cierto, también, que la inaccesibilidad de ciertas zonas geográficas del mundo y su retaso tecnológico, no descalifican ni rebaten la revolución digital -igual que el atraso medieval de otras zonas del mundo no refutaba o contradecía la invención de la imprenta-. El contraste entre ambos mundos, no obstante, es todavía extraordinario.

  

 

 

El profesor Soriano, un benemérito, ejemplar profesor colombiano, decidió hace algunos años subirse a lomos de dos burros, Alfa y Beto, para hacer llegar los fines de semana a las comunidades indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, los libros y los cuentos a los que, de otra manera, no tendrían acceso. El biblioburro es, también, inalámbrico, tiene una considerable autonomía, no suele colgarse aunque sea de naturaleza testarudo y pueda negarse a seguir avanzando, carga y descarga una cantidad nada desdeñable de ficheros (80 libros) y, aunque no facilite llamadas nacionales y provinciales gratuitas, no está administrado ni gestionado por multinacional telefónica alguna, cosa nada desdeñable (tampoco hay que soportar el servicio de atención telefónica).

La Sierra Nevada de Santa Marta, un macizo independiente del sistema andino que se eleva desde el mar hasta 5.775 metros de altura, constituye un ecosistema único en el mundo. Después de haber sido escenario histórico de culturas que alcanzaron gran desarrollo y dejaron significativas huellas antes de desaparecer frente a los embates de la conquista, la Sierra Nevada de Santa Martha es ocupada hoy por los Ijkas, Kogis, Wiwa Arzarios y Kankuamos. Con excepción de los kamkuamos, cada uno de ellos cuenta con su propia lengua, perteneciente a la familia lingüística Chibcha y con territorio propio.

A los enclaves donde se encuentran las escuelas estatales -escuelas de El Pantano, Kurakatá, Makogega, Zikuta, Yerwua, Gamake y Rana- es difícil acceder, y sus dotaciones no son todo lo idóneas que sería deseable. Sólo mediante la virtuosa labor de un profesor vocacional cabe combatir la escasez y la penuria de medios, el acceso a la letra y a su interpretación, y a veces eso es mucho más importante que un aula llena de ordenadores y una red Wifi invisible y omnipresente.

 

 

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