Esto no es una escuela: un viaje a la educación que soñamos

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¿Es una locura lanzarse a un viaje en bici por ocho países con una bebé de dos años? Sin duda, sí. Una locura que aspira a ser contagiosa, a despertar sensibilidades, a cuestionar, a cambiar el mundo. Modestamente, claro. Porque tan sólo somos una pareja, un padre y una madre, que un día sintió que la educación que habíamos recibido no era la que queríamos para nuestra hija recién nacida.

Cuando le preguntas a alguien qué es lo que aprendió en la escuela, la respuesta suele ser siempre parecida: a leer, a calcular de cabeza, un poco de geografía, historia… conocimientos básicos que recordamos porque los seguimos utilizando cotidianamente. Pero, para aprender eso, ¿realmente es necesario pasar al menos doce años de tu vida, los mejores años de tu vida, encerrado en un aula? ¿Es necesario pasar miles de horas de aburrimiento y pasividad? ¿Son las escuelas realmente lugares donde aprendemos a desarrollar todo nuestro potencial?

Reviviendo los sentimientos que asociamos a nuestro paso por la escuela, llegamos a la conclusión de que, sorprendente y tristemente, en esos años olvidamos cosas tan importantes o más que las que aprendimos. Olvidamos a aprender por el puro placer de aprender, no para aprobar el examen o contentar a los adultos. Olvidamos la libertad de cometer errores, sin temor y sin vergüenza, sabiendo que de ellos aprendemos constantemente. Olvidamos que nuestra valía como personas no depende de una nota, de comparaciones con los otros, de ser “el mejor” o “el peor” de la clase: que sólo depende de nosotros mismos.

Hay quien tildaría esto de sensiblería: la educación se asocia a conocimientos, a esfuerzo, a trabajo, a prestigio. Nunca, a lo largo de nuestra escolarización, oímos a nadie decir que la educación es, sobre todo, cuestión de sentimientos, que no aprendemos nada sin motivación, sin curiosidad, sin amor. Y sin embargo, aunque la ciencia ahora parece apuntar en esa dirección (1), ya Platón acertaba: “El conocimiento que se adquiere como obligación no logra ningún efecto sobre la mente”.

Otros educadores y pensadores como Dewey, Freinet, Montessori, Piaget o Freire le siguieron, pero el sistema educativo es una máquina que funciona al servicio de otros objetivos ajenos a la felicidad de las personas, y de hecho funciona tan bien que pocas personas que se forman en él pueden siquiera concebir que la educación sea otra cosa que las aulas, las pizarras y pupitres, las asignaturas y clases magistrales, los deberes y los exámenes.

¿Cómo aprender desde la felicidad, la autonomía, la curiosidad? Cuando oímos hablar por primera vez de “educación democrática” los ojos nos hicieron chiribitas. ¿Aprender sin clases obligatorias, ni profesores al uso, ni evaluaciones constantes? ¿A tu ritmo, sin que nadie te presione? ¿Y ser responsable, no sólo de tu educación, sino de las decisiones que se toman en la escuela, al mismo nivel que los adultos, en un plano de igualdad? Increíble, pero cierto. Así empezamos a tirar del hilo, y descubrimos también guarderías donde las niñas y niños pasan el día entero, cada día, al aire libre, trepando, jugando, corriendo, pringándose. Descubrimos escuelas públicas donde se emplean técnicas basadas en el arte dramático, donde no hay asignaturas y se cultivan la fantasía y las emociones como base del currículum. Descubrimos espacios de aprendizaje donde niños y niñas de tan sólo cinco años toman las armas (en forma de herramientas como sierras eléctricas o martillos) y se convierten en creadores de obras monumentales donde ponen a prueba su ingenio, su habilidad, y su capacidad para trabajar de forma colaborativa.

Y decidimos partir a conocer cada uno de ellos, cámara en ristre, para poder filmar un documental con el que, quizás, ayudar a algunas personas a recuperar un pedacito robado de su infancia. Han sido más de tres meses hablando con niñas y niños, con mamás y papás, con educadores, con especialistas en aprendizaje, psicología y educación. Capturando sonrisas y risas, juego, conversaciones. Filmándolo todo.

La locura nos mueve, sí: nos hace superar las cuestas, la lluvia, el cansancio, la lejanía del hogar. Es la locura de construir un puente que una estas experiencias de aprendizaje vital, activo, democrático, con la educación que merecen todas las niñas y niños: la educación pública. Por eso tenemos intención de continuar el viaje, a partir de septiembre, pero ahora dentro de nuestras fronteras. Cogeremos de nuevo las bicis, y recorreremos más de 3.000 kilómetros tratando de entusiasmar a otras personas con nuestros hallazgos. Porque pensamos que para cambiar la educación no necesitamos más reformas, más capas de barniz, sino la convicción y el compromiso de personas como tú. Nos encantaría que nos acompañaras, con o sin bici. ¿Contamos contigo?

Diana de Horna

esto no es una escuela

 

(1) Según Francisco Mora, catedrático de Fisiología Humana de la Universidad Complutense y autor de Neuroeducación: sólo se puede aprender aquello que se ama, “Todo aquello conducente a la adquisición de conocimiento como la curiosidad, la atención, la memoria o la toma de decisiones, requiere de esa energía que hemos llamado emoción”.

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