" Secretos cabalísticos de la Capilla Sixtina"

Un nuevo y revolucionario libro está cambiando para siempre la forma en la que concebíamos el genio de Miguel Ángel y su obra en la Capilla Sixtina, cuyas imágenes esconden un código cabalístico de extraordinaria importancia y magnitud. Un secreto herético que, de haber sido desvelado en tiempos del maestro, le habría costado la vida. Aqui una exntrevista en exclusiva a uno de los autores de esta obra, Roy Doliner.

Es sin duda el lugar más sagrado de la cristiandad en Occidente y el mundo entero la conoce por sus frescos, la mayor parte obra del genio del Renacimiento Miguel Ángel Buonarroti. Nos referimos a la Capilla Sixtina. En un período de revisión del legado de los grandes artistas de la historia y en línea con el mensaje evangélico que afirma que “no hay secreto que no será revelado”, dos judíos estadounidenses –Roy Doliner, nacido en Nueva York pero residente en Roma, donde estudia religiones comparadas e Historia del Arte, y el rabino Benjamin Blech, reconocida autoridad internacional entre los líderes judíos y profesor de Talmud desde 1966 en la Universidad de Yeshiva (Nueva York)– han publicado un libro titulado The Sistine Secrets. Michelangelo’s Forbidden Messages on the Heart of the Vatican. (Los secretos de la Capilla Sixtina. Los mensajes prohibidos de Miguel Ángel en el corazón del Vaticano) (Ed. Harper Collins), donde dan cuenta de la presencia de codificaciones cabalísticas y mensajes ocultos en los frescos del maestro florentino. Ambos estudiosos se dieron cuenta de que Miguel Ángel plasmó su conocimiento del judaísmo y de sus símbolos místicos en los muros de la capilla, oponiéndose a las enseñanzas eclesiásticas de su tiempo. Según esta interpretación, toda la Capilla Sixtina es una crítica a la corrupción espiritual del Vaticano y una denuncia oculta contra las autoridades eclesiásticas de entonces por no reconocer los orígenes judíos del cristianismo. Una herejía que, dicha a voces, le habría costado la vida. Como hombre del Renacimiento, el artista se interesó por la filosofía clásica y el misticismo cristiano y judío, por lo que recibió lecciones de grandes maestros. Esas enseñanzas las plasmó en su obra, solo descifrable para los conocedores del Talmud y la Cábala. Entrevista realizada por Adriano Forgione y traducida por Helena R.Olmo Un Dios Universal En la inmensa bóveda de la Capilla Sixtina –explican Doliner y Blech– no hay ni una sola figura cristiana y dominan los temas judíos. Se debe a que el maestro quería criticar la forma vergonzosa en la que el Vaticano había perseguido a un pueblo que Miguel Ángel consideraba hermano, el mismo del que vino el Salvador, el mismo que había ofrecido a Occidente las bases místicas de la Cábala y el mismo que, por tanto, también formaba parte del misticismo cristiano y del Renacimiento. En el Juicio, Doliner y Blech se han percatado también de la presencia de dos judíos salvados, distinguidos por la mirada de un ángel (a su vez, señalado por el brazo alzado de Cristo), que portan las vestiduras impuestas por el Vaticano como símbolo de vergüenza. ¿Por qué ponerlos junto a Cristo si habrían debido permanecer entre los condenados por toda la eternidad, según la visión de la época? La explicación de Doliner y Blech es contundente: en vez de un Dios que amaba a un número limitado de hijos, Miguel Ángel prefirió la visión universal de un Dios que abrazara todas las creencias. Y esa visión fue plasmada con símbolos cabalísticos. ¿Puede explicar a nuestros lectores cómo nació su interés por la Capilla Sixtina? Me considero bendecido y maldecido al mismo tiempo por tener una formación heterodoxa como la de Miguel Ángel. Tengo un pie en dos zapatos: uno judío y otro cristiano. Tras haber estudiado Historia del Arte en Nueva York, cuando vine a Roma visité la Capilla Sixtina como un simple turista. Pero me chocó mucho que lo que escuchaba de los guías no se correspondiera con lo que veía en la bóveda. Me llamó la atención encontrar mi cultura allí reflejada. Así inicié mis primeras indagaciones, pero mi principal obstáculo era mi obstinado escepticismo: no quería creer en lo que iba descubriendo. Transcurridos algunos años, fue el propio Miguel Ángel quien me echó una mano, y me convencí. ¿Cómo se le ocurrió escribir un libro sobre el tema y hacerlo con el rabino Benjamin Blech? Estábamos predestinados. En la lengua yiddish (de los judíos del Este) tenemos la palabra bashert, que significa “destino”. Necesitamos el empujón del papa Woytila para entrar en contacto. Cuando el pontífice se dio cuenta de que su andadura tocaba a su fin, hizo venir a Roma a personajes de altísima curia del mundo católico y a 160 rabinos, entre ellos Blench, para que bendijeran su marcha terrena. Se trataba de los miembros de una organización internacional llamada Pave the Way (Allana el camino), destinada a construir un puente entre el mundo hebreo y el cristiano. A la cabeza de la delegación estaba precisamente el rabino Blech. Juan Pablo II pidió a tres rabinos que le bendijeran siguiendo una vieja tradición que se usaba ya en el Tabernáculo del Desierto en tiempos de Moisés y en el Templo de Salomón. Blech fue uno de ellos. Durante esa estancia en el Vaticano yo fui convocado para acompañar a los rabinos a visitar la Capilla Sixtina porque los guías habituales no sabían resolver sus dudas. Era la ocasión perfecta para compartir las mías sobre la capilla con aquellos visitantes de excepción, y la aproveché. Se quedaron con la boca abierta. Faltaba solo Blech, porque estaba reunido con la cúpula vaticana. Sin embargo, durante la cena los otros rabinos le hablaron de mis descubrimientos y despertaron tanto su interés que me llamó inmediatamente. De aquel encuentro nació nuestro libro. Contra los abusos del Vaticano

¿Cuándo se dio cuenta por primera vez de que Miguel Ángel había escondido un códice en su obra? Algunas guías, pocas, mencionan que hay un pequeñísimo letrero escrito en la bóveda, junto al dobladillo del traje de Jeremías. Dicen que contiene dos letras griegas, alfa y omega, el principio y el final, uno de los sobrenombres de Jesús. Además, junto a la inscripción podrían estar la firma de Miguel Ángel y la fecha 1508-1512, el período en el que trabajó en la cúpula. Después de la reciente limpieza he visto finalmente la imagen de ese letrero, pero no hay nada griego ahí arriba, ni la firma de Miguel Ángel ni fecha alguna, únicamente hay dos caracteres hebreos: un alef –aunque escrito con grafismo latino– y un ayin. Se trata de las dos letras mudas de la lengua hebrea. Existe una única circunstancia en la que se escriben juntas y solo es conocida por los estudiosos del Talmud. Es una forma de expresar que si un solo sacerdote en el Templo Santo no sabe reconocer esta circunstancia, no es merecedor de servir a Dios. ¿Dónde pintó Miguel Ángel estas letras? Precisamente sobre la cabeza de Julio II, indicando: “Este Sumo Sacerdote no es digno”. Este fue uno de los primeros indicios de los muchos que me fueron desvelando el mensaje oculto. Sobre la cúpula hay más de trescientas figuras. ¿Adivina qué porcentaje de ellas es cristiano? ¡Cero! El 5% son paganas y el 95%, judías. Usted ha escrito que Miguel Ángel realizó un acto subversivo desobedeciendo las órdenes de Julio II. ¿Por qué lo hizo? No fue un acto no cristiano. Su rebeldía era la del cristiano de espíritu. Miguel Ángel estaba muy convencido de su fe y era profundamente espiritual, tanto como para rebelarse contra los abusos del Vaticano y su hipocresía. En términos hebreos, acusó al Vaticano de Chillul HaShem, es decir, de “traer desgracia en nombre de Dios”. Entonces, ¿cuál fue el mensaje que el maestro quiso transmitir a quien supiera leerlo? ¿Cuál fue su intención al emplear la mística y la ciencia sagrada de los judíos para pintar uno de los lugares más venerados de la cristiandad? Miguel Ángel formaba parte del movimiento neoplatónico surgido en la Florencia de los Medici. Aquella corriente quería armonizar la filosofía griega pagana (no la aristotélica, que ya había sido cristianizada, sino la de Platón, a la que se oponía la Santa Sede) con el misticismo hebreo y con el cristianismo. Quería alcanzar la tolerancia, una interreligiosidad universal. La Iglesia medieval y renacentista se opuso completamente a esta idea. Miguel Ángel no se resignó a dejar de expresar su visión neoplatónica. No era un predicador ni un filósofo, no era profesor ni orador... era un artista. ¿Qué otra cosa podía hacer sino transmitir sus ideas mediante el arte? En la obra de Miguel Ángel, en efecto, están presentes elementos de la Torá y pocas referencias evangélicas. ¿Puede hablarnos de este aspecto enumerando los temas principales que plasmó en la Capilla Sixtina? El único sitio en toda la capilla donde hay una referencia cristiana es el lugar de las falsas lápidas con los nombres de los antepasados de Jesús. Pero por primera vez en la historia del arte un artista se basó para ello en los primeros versos de Mateo, que encabezó el elenco de ancestros con Abraham y no con Adán, como los otros Evangelios. Sobra decir que todos los nombres de la capilla eran hebreos, por lo que Miguel Ángel concluyó la genealogía en José, no en Jesús. Sin embargo, cuando 22 años más tarde tuvo que pintar de nuevo la pared del altar con el Juicio Final, destruyó aquella cadena de nombres borrando los que había sobre el altar: el Juicio Final es una historia completamente cristiana que habría mancillado su mensaje y prefirió destruirlo. Además, esta vez estaba presionado porque el papa que encargó el Juicio, Clemente VII, era miembro de la casa Medici y, por tanto, tuvo la misma formación neoplatónica que Miguel Ángel. “Conozco tu juego, basta de mensajes hebreos ahora. En el nombre de la familia Medici, pintarás algo cristiano”, le dijo. Pero Clemente VII murió pronto y Miguel Ángel pudo burlar a otros dos pontífices en la escena del Juicio Final. El juicio final En el Juicio Final, ¿qué elementos han llamado su atención? ¿Se repite el mismo mensaje? Hay más de 400 personajes en la escena del Juicio, todos diferentes, y multitud de mensajes encubiertos. En su madurez Miguel Ángel también trató el tema de su homosexualidad y dejó el retrato de su amante plasmado y oculto entre sus mensajes antivaticanos. Durante la elaboración del Juicio, el artista se apartó definitivamente del catolicismo para hacerse un neoprotestante clandestino. Pasó a formar parte de un movimiento secreto llamado “los Alumbrados” (que no los Illuminati de Baviera). Estos usaban términos españoles, pues surgieron en Nápoles, y estaban guiados por Juan Valdés, gran escritor judío que fue obligado a convertirse al catolicismo para evitar ser juzgado por la Inquisición. En la escena del Juicio hemos encontrado mensajes propios de la filosofía de este grupo, al igual que profundísimos mensajes místicos y cabalísticos. En el panel de Adán y Eva y el pecado original, Miguel Ángel manifiesta su conocimiento de los textos judíos pintando el Árbol del Conocimiento como una higuera. De este modo, el fruto que Eva otorga a Adán es un higo y no una manzana, tal y como recoge el cristianismo. Imagino que se trata de una manifestación del profundo conocimiento de la Midrash, ¿no es así? Miguel Ángel tenía dos opciones: seguir la tradición consolidada en su tiempo o describir la versión hebrea del episodio de Adán y Eva, desconocida por los artistas de su época (y del presente). Si miramos su obra, Adán y Eva comparten la culpa del pecado original: ambos cogen la fruta de la higuera. Y la serpiente aparece representada según la tradición judía, con brazos y piernas. Los maestros "cabalistas" de Miguel Ángel ¿Cómo nace el interés de Miguel Ángel por la Cábala y la Midrash? A su llegada a Florencia, Cosimo el Viejo, patriarca de los Medici, convirtió a los judíos –para disgusto de las familias antisemitas de los Strozzi y los Pazzi– en el capricho y reclamo de la alta sociedad florentina, reputados estudiosos del misticismo egipcio, la filosofía, el gnosticismo griego, etc. Era la primera vez que el estudio trascendía los textos sobre culturas muertas y entraba en contacto con la sabiduría de una cultura viva. Los librepensadores florentinos eran apasionados de la Cábala y Miguel Ángel, a sus 13 años, fue expuesto a tales enseñanzas por maestros como Poliziano, Marsilio Ficino y, sobre todo, Pico della Mirandola, gran cabalista y poseedor de la mayor biblioteca sobre Cábala de la historia europea. Miguel Ángel fue un pésimo estudiante de latín, matemáticas o gramática, pero cuando algo llamaba su atención, como sucedía con todas las disciplinas del arte, se transformaba en un tenaz y brillante autodidacta. Y la Cábala captó su interés. ¿Cómo interpreta la presencia de Dios en un manto que tiene el perfil de un cerebro humano? ¿Es porque Miguel Ángel quiere pintarse a sí mismo, más concretamente su “piel” carente de contenido, entre las almas salvadas del Juicio? Sabemos que Miguel Ángel estudiaba en secreto Anatomía, como hizo Leonardo, por tanto no debe sorprendernos la morfología perfecta del cerebro que contiene a Dios en la obra. Cabalísticamente Dios se sitúa en la cabeza, más específicamente en el hemisferio derecho del cerebro, que está relacionado con la sefira chokma, la sabiduría, el discernimiento. De la cabeza de Dios desciende el rocío hacia los cielos inferiores, cerca de su piel en el Juicio Final. Se sabe que estaba prohibido firmar la obra porque los papas no querían que el artista pecara de arrogancia. Esa piel es la firma de Miguel Ángel y su protesta, pero para entender por qué manifestó su desacuerdo de este modo debéis leer mi libro. ¿Cree que este ensayo puede cambiar radicalmente el modo en el que se concibe a Miguel Ángel en la historia del arte? No lo digo yo, lo firman muchos estudiosos de arte de todo el mundo. Estamos orgullosos de tener seguidores que afirman que después de leer este libro ya no ven la obra de Miguel Ángel con los mismos ojos. Si, pero también hay quien les ha criticado desde el Vaticano, acusándoles de padecer el “síndrome de Dan Brown”... Hay una expresión estadounidense que dice que “no se puede comparar las naranjas con las manzanas”. Brown es un novelista agudo y apasionado, pero no se percata de la realidad. Nosotros, sin embargo, hemos escrito un ensayo, hemos contrastado y citado fuentes y hemos afrontado los problemas concretos de la historia del arte. Nuestro ensayo no es fruto de la fantasía, sino de una sólida y apasionante investigación sobre un maestro, un artista cuya visión iba más allá de su tiempo. ¿Por qué han decidido publicar ahora esta obra? Porque es ahora cuando los trabajos de restauración de muchas obras de arte están mostrando al público el verdadero mensaje que contienen, con detalles antes invisibles. Aminadab...y los cuernos del Diablo Una de las figuras de la Capilla Sixtina que más ha llamado la atención de Roy Doliner y Benjamin Blech es la de Aminadab, a quien Miguel Ángel pintó sobre el trono papal y con los dedos de la mano formando la cornamenta del Diablo. ¿Qué pretendía con ello? “Es la cornamenta satánica sobre la cabeza del papa sentado en su trono”, explica Doliner. Además, los trabajos de limpieza dejaron al descubierto que sobre el brazo de Aminadab hay un círculo amarillo, que era el símbolo de la vergüenza que los hebreos fueron obligados a llevar desde el cuarto consejo lateranense (es decir, desde 1215). ¿Por qué Miguel Ángel eligió a Aminadab para señalarle con el sello papal? Según Doliner, “Aminadab significa ‘un príncipe de mi gente’, es decir, de los judíos. Y ¿quién era este príncipe? Obviamente, Jesús. Miguel Ángel quiso subrayar que el Príncipe que ellos adoraban era judío”. David, el Orgullo Algunas escenas pintadas por Miguel Ángel forman letras hebreas que, según Doliner y Blech, se asocian a una virtud o vicio cuya denominación empieza por esa letra. Así por ejemplo, la lucha entre David y el gigante Goliat (abajo) forma la letra Ghimel, de gvurá (orgullo). Judit, La Piedad Esta escena que representa a Judit junto a su esclava forma la letra hebrea Chet, de chessed (piedad), raíz fonética de hassidim (judíos observantes). Zacarias y Julio II Roy Doliner y Benjamin Blech han descubierto una extraña relación entre el Zacarías representado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina y el rostro de Julio II. Al parecer, este papa llamó al artista para encargarle que esculpiera su monumento funerario, la mayor tumba construida desde los tiempos de los egipcios. El pontífice quería una pirámide de mármol de Carrara dentro del santuario de la nueva basílica de San Pedro. El proyecto era demasiado grande para la primera basílica, así que, en vez de reducir el tamaño de su tumba, mandó destruir la primera basílica del mundo cristiano para levantar la que hoy conocemos. Y, según explica Doliner, “Miguel Ángel odiaba trabajar en la Sixtina porque para un maestro como él rehacer un techo era un insulto, pero sabía que era el único modo de frenar la realización de la colosal tumba de mármol, pues habría necesitado una vida entera”. Julio II pretendía adornarla con más de cuarenta estatuas de la dimensión del Moisés y coronarla con su propia efigie. Así que Miguel Ángel pensó en convertir la misma Capilla Sixtina en la tumba de Julio II, una tumba bidimensional. Y, como el papa quería su imagen en la cima de la misma, el artista lo representó vestido de Zacarías, de tal forma que el pontífice diera su consentimiento sin problema. No obstante, como signo de rechazo hacia Julio II y su familia, Miguel Ángel pintó detrás una pareja de niños, uno de ellos haciendo un gesto obsceno con la mano.

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