Experiencias tempranas e inconscientes.

Laura, de 50 años, padecía hidrofobia (miedo irracional hacia el agua), no podía bañarse en el mar, en una piscina y hasta le costaba darse una ducha. Maria, de 40 años, no podía soportar las puntas de cuchillo dirigidas hacia ella, ni siquiera colocadas en el lavavajillas. Santiago, de 21 años, no soportaba su pastel de cumpleaños, que solo verlo le producía ansiedad y angustia. Carlos, de 35 años, entraba en pánico en cuanto entraba en un avión, un ascensor, o quedaba atrapado en un atasco dentro del coche. Jaime sufre, de vez en cuando, de intensos dolores de espalda en las lumbares y jaquecas, sin que haya causas fisiológicas para ello.

Casos muy diferentes en cuanto a los motivos de su desazón, pero todos con una causa común: experiencias del pasado, en la mayoría de las ocasiones fuera del recuerdo consciente.

El cerebro, el gran procesador

El ser humano tiene un potente órgano, el cerebro, que es quien procesa toda la información que percibimos, interna y externa. Nuestra mente interpreta, filtra, y da respuesta a toda esa información, a todas las experiencias que vivimos. La mente es nuestra auténtica herramienta procesadora de la observación, la intermediaria entre el mundo, externo e interno, entre lo material y espiritual, y nosotros.

En las primeras etapas de la vida del ser humano –gestación, nacimiento y primera infancia-, se construyen los cimientos de esa mente, que determinará nuestro potencial futuro en todos los ámbitos. La que nos permitirá o limitará, en mayor o menor medida, observar, entender y comprender a nosotros mismos y a lo que nos rodea.

Todos hemos estado más o menos nueve meses en el útero materno, todos hemos sido paridos y hemos nacido en este, yo diría, extraño y complicado mundo. Esto significa que todos hemos seguido el mismo proceso de construcción de nuestro cuerpo, incluidos el sistema nervioso, nuestro cerebro. Sin embargo todos somos diferentes, especiales, únicos. Cada uno de nosotros tenemos nuestra particular forma de ser y sentir. Cada uno de nosotros tiene una mente única. ¿Porqué somos como somos? Tan iguales y tan diferentes.

Bajo mi punto de vista los bebés, los niños, son como semillas que en sí misma contiene todos los ingredientes para ser felices y desarrollarse en armonía. Somos los adultos, generalmente de forma inconsciente, los especialistas en impedírselo.

Esa semilla, formada por un óvulo y un espermatozoide, contiene información genética sobre la que se desarrollará el cuerpo. Pero también contiene información evolutiva, familiar, transgeneracional, y espiritual.

A lo largo de la gestación se construye nuestro sistema nervioso, nuestro cerebro, nuestro ordenador central, que no deja de ser a nivel fisiológico el hardware, los componentes materiales. Ese cerebro va a programarse, creando nuestra mente. ¿Es importante nuestra mente? Ya me dirás. Es el gran procesador de todas las actividades y procesos psíquicos conscientes e inconscientes. El Dr. Edward Bach, creador de la Terapia floral que lleva su nombre, decía que la mente es la parte más sensible del cuerpo, donde se encuentra la génesis y el curso de la enfermedad. Para el Dr. Bach la enfermedad se produce por las interferencias en la comunicación entre nuestro Ser interior y nuestra forma de ser y actuar.

Esa mente graba sus programas básicos desde nuestra concepción hasta los 3 años de edad. En este período se construyen los cimientos de nuestra forma de ser y sentir más íntima, más profunda. Donde se encuentran las raíces de lo que de adultos nos gratifica, nos motiva o, por lo contrario, nos altera desarmoniza o enferma. Hoy podemos afirmar que en la historia de cada persona, los hechos acontecidos en su gestación, en su nacimiento y en la primera infancia, son más fundamentales para ella que lo que lo pueda ocurrir el resto de su vida. Y vamos a ver porqué esto es así.

¿Puedes recordar de forma consciente lo que pasó cuando estabas en el útero de tu madre, o cuando naciste, o en los primeros años posteriores? No. Y sin embargo estoy diciendo que son fundamentales en la vida de las personas.

Aprendizaje inconsciente

¿Te acuerdas cuando empezaste a pronunciar tus primeros sonidos, palabras, tus primeras frases? ¿Cuándo empezaste a aprender los números, las vocales, las consonantes? Seguro que tampoco.

Sin embargo, aunque no te acuerdes de ese aprendizaje, hoy puedes hablar, comunicarte, escribir, de forma natural, automática. Estaríamos apañados si no fuera así.

Lo mismo ocurre con el aprendizaje conductual, emocional, producto de las experiencias tempranas en las primeras épocas de nuestra vida. Hoy eres como eres justamente por esas primeras experiencias. No nos acordamos de ellas pero nos influyen el resto de nuestras vidas.

Consciente – Inconsciente

¿Dónde se almacena este aprendizaje, del que no nos acordamos conscientemente?

Está claro, en el inconsciente. La mente humana tiene dos grandes componentes, el consciente y el inconsciente. ¿En qué se diferencian? Pues en que eres consciente de lo que piensas, sientes o haces, o no lo eres. No eres consciente de tus procesos digestivos, pero sí lo eres cuando te duele el estómago. La cuestión es que, pobres ilusos de nosotros, los adultos creemos que controlamos todo: lo que pensamos, hacemos, sentimos. Pero resulta que el inconsciente rige por lo menos el 95% de nuestros procesos: físicos, mentales y emocionales. Por otro lado, nuestro cerebro consciente, racional, el que nos permite tomar decisiones, concentrarnos, prestar atención, el que inhibe los instintos, controla el 5% restante. Ubicado en el neocórtex, este cerebro cognitivo, racional, consciente, procesa unos 40 bits de información por segundo, frente al cerebro emocional, inconsciente, regido por el sistema límbico, preocupado sobre todo por sobrevivir y, ante todo, conectado al cuerpo, procesa 11 millones de bits por segundo miles de veces más rápido que el cerebro cognitivo. El sistema límbico es, además, el encargado de recoger continuamente las informaciones provenientes de las distintas partes del cuerpo, controlando el equilibrio fisiológico (homeostasis). Ante las respuestas ante un hecho determinado ya podéis imaginar quien gana entre el consciente y el inconsciente.

La información se graba también en nuestro cuerpo.

Nuestro cerebro también controla nuestro cuerpo. Y también puede hacerlo de forma consciente o, mayoritariamente, inconsciente. Nuestro cuerpo es la expresión de la materia y está unido, cada célula, cada tejido, cada órgano, cada sistema, a nuestros pensamientos y emociones. Química y energéticamente. Todo el legado genético, familiar, transgeracional y espiritual, está incorporado en nosotros en el momento de la concepción. A ello se añaden las experiencias concretas y particulares de cada uno de nosotros desde la gestación. Experiencias que, literalmente, modifican nuestra arquitectura cerebral, nuestra mente y nuestro cuerpo. Ambos factores, los heredados y los experienciales, darán lugar a nuestro carácter, a nuestra forma más profunda e íntima de ser y sentir.

La memoria inconsciente como herramienta de supervivencia

Retomando las situaciones expuestas al principio del artículo, veamos lo que produce esa casuística.

Laura, en el momento de su parto, queda atrancada, no avanza. Entra en un estado intenso de ansiedad, de incertidumbre. En un momento determinado, como efecto de una maniobra de la comadrona sobre el cuerpo de su madre, sale disparada (esa es su percepción) hacia el exterior, acompañada del líquido amniótico (agua). Para ella es una situación violenta e imprevista. Siente que cae al vacío y le invade el pánico y el miedo a morir. En su cerebro queda grabada esa percepción de muerte, al agua (líquido amniótico) que le acompaña. A partir de ese momento, el agua es peligro de muerte.

María está en el noveno mes de su gestación. Está tranquila, aunque muy apretada en el útero materno. De repente ve como un cuchillo (bisturí) entra en su mundo, rasga las paredes protectoras donde habita y unas manos gigantescas la atrapan y la extraen. El pánico, la sensación inminente de muerte, le inundan. En su cerebro queda grabado lo peligroso de los cuchillos. A partir de ese momento entrará en alerta máxima ante ellos.

Santiago cumple tres años. Sus padres le han montado una fiesta. Está sentado en su silla cuando le traen el pastel con las tres velas correspondientes. Justo en ese momento, cuando tiene el pastel delante suyo, un globo explota detrás suyo. Jaime tiene un susto “de muerte”. En su cerebro queda grabada la imagen del pastel junto al pánico sentido. A partir de ese momento los pasteles de cumpleaños, con sus velas, son un peligro a evitar.

Carlos está naciendo. Avanza con gran esfuerzo, lentamente, milímetro a milímetro, por el canal de parto. Llega un momento en que no puede avanzar más. Tiene sensaciones de ahogo. Se agobia y angustia. Quiere avanzar, salir de allí, pero no puede. Entra en pánico y siente que va a morir. En su cerebro queda grabado lo peligroso de un espacio pequeño y cerrado del que no se puede salir. A partir de ese momento entrará en alerta y pánico en cualquier lugar estrecho, pequeño, y del que no pueda salir.

Jaime avanza por el canal de parto hacia su nacimiento. De repente queda atrancado. Su zona lumbar recibe los impactos de las contracciones de su madre y su frente choca contra algo duro (huesos de la pelvis de su madre), produciéndole intenso dolor en ambas zonas. Tiene la sensación de no poder avanzar y nacer. Siente miedo, impotencia e incapacidad para afrontar esta situación. En su cerebro queda grabado el dolor de espalda y de cabeza en situaciones en que se siente con miedo o incapaz de afrontar un reto en su vida. A partir de ese momento, cuando Jaime se enfrenta a nuevos retos, que le producen miedo o sensación de incapacidad para afrontarlos, aparece la lumbagia y/o las jaquecas. Por ejemplo ante el inicio de la universidad, exámenes, nuevo trabajo, etc.

Estos ejemplos (casos reales con nombres ficticios, tratados con la psicoterapia de regresión Anatheóresis), como otros muchos que pueden acontecer a lo largo de la gestación, nacimiento y primera infancia, nos muestran como nuestro cerebro graba, en las experiencias traumáticas que suponen riesgo para nuestra salud e integridad, todo lo que la rodea: luces, colores, olores, sonidos, sensaciones corporales. Cualquiera de estos elementos pueden convertirse, de adulto, en detonantes de una respuesta patológica, psíquica o corporal.

Conclusión

Cualquier alteración, desarmonía o enfermedad, sea mental o corporal, está relacionada con nuestra particular forma de ser y sentir. Relacionada con nuestra herencia y con las experiencias vividas en las primeras épocas de nuestra vida.

Cada uno de nosotros, de adultos, reaccionamos de forma diferente ante los hechos que van aconteciendo. Lo que para unos será un drama intenso difícil de gestionar, para otros será un problema que pueden afrontar y resolver. Tal como “resentimos” cada uno de estos hechos vitales, así responderá nuestra mente y nuestro cuerpo. Mente y cuerpo que tiene como objetivo prioritario la supervivencia. Para ello, nuestra mente inconsciente, pondrá en marcha todos los mecanismos necesarios, incluidos los que llamamos enfermedad.

 



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